Biografía de Peirce

PeirceCharles S. Peirce nació en Cambridge (Massachusetts) en 1839. Era el segundo hijo de una de las familias más destacadas del entorno intelectual, social y político de Boston, y su casa era visitada con frecuencia por eminentes personalidades de la época, tanto del ámbito científico como filosófico. Su padre —Benjamin Peirce— era profesor de Harvard y un reconocido matemático y astrónomo. Desde muy pequeño inició a Charles, por quien sintió una predilección especial entre sus cinco hijos, en el estudio de la física, de las matemáticas y de la astronomía. Peirce podía haber sido considerado en nuestro tiempo un “niño prodigio”. Con ocho años su padre le introdujo en la química, a la edad de once años él mismo escribió una historia de esa disciplina y, siendo apenas un adolescente, leía los manuales de lógica y dominaba los argumentos de filósofos como Kant, Spinoza, Hegel, Hobbes o Hume. Sin embargo, su carrera escolar y académica no puso de relieve esa brillantez. Aparecía en ocasiones como un alumno poco disciplinado, sin interés, reticente a los métodos de enseñanza. No rendía tanto como podía esperarse de él e incluso ocupó a menudo los últimos puestos de su clase, mostrando así, ya desde el principio, la profunda incapacidad para sujetarse a las situaciones convencionales y a las reglas cotidianas que sería la tónica dominante en su vida.

Su formación académica fue eminentemente científica y se graduó en química por la Universidad de Harvard en 1863. Sin embargo, a lo largo de toda su vida demostró también una constante fascinación por las cuestiones filosóficas, a las que se introdujo principalmente a través de la filosofía kantiana y de la filosofía escocesa del sentido común. Dominaba la historia de las ideas, así como la historia y la teoría de la ciencia, y a lo largo de los años se mantuvo en constante diálogo con los pensadores que le precedieron y consigo mismo. Consideraba sus propios puntos de vista desde diferentes perspectivas, los elaboraba siempre desde contextos que tenían en cuenta la tradición y el saber acumulado de siglos y corregía sus propias ideas una y otra vez, dentro de esa comunidad que forman los que buscan la verdad. Como él mismo afirmaba: «Nosotros de forma individual no podemos esperar razonablemente alcanzar la filosofía última que perseguimos; sólo podemos buscarla, por lo tanto, dentro de la comunidad de filósofos» [CP 5.264, 1868] [2].

Peirce tenía un carácter difícil. Era un hombre de extraordinaria ambición y eso a veces le hacía parecer arrogante. En su madurez escribía:

Pretendo hacer una filosofía como la de Aristóteles, es decir, bosquejar una teoría tan comprehensiva que, durante un largo tiempo venidero, la entera tarea de la razón humana, en la filosofía de cada escuela y de cada clase, en matemáticas, en psicología, en la ciencia física, en historia, en sociología y en cualquier otro departamento que pueda haber, aparecerá como el ir completando sus detalles [Prefacio a CP, vol. 1, 1887].

Peirce era un hombre impulsivo, muchas veces contradictorio, de personalidad extremadamente sensible y de temperamento fuerte. Aunque era una persona abierta al saber y generosa con las ideas de los demás, no resultaba fácil de tratar. Su carácter era extraño y su conducta muchas veces imprevisible. Quizás esos rasgos hicieron que nunca supiera desenvolverse sin problemas en el ámbito académico, donde siempre estuvo rodeado de dificultades y malentendidos. Pronunció numerosas series de conferencias, pero tan sólo durante cinco años tuvo un puesto como docente en una universidad: entre 1879 y 1884 explicó lógica en la Johns Hopkins University, de donde fue despedido después de varios conflictos. Durante esos años, sin embargo, hizo junto con un pequeño grupo de alumnos importantes contribuciones a la lógica de las relaciones y a la teoría del razonamiento probabilista, e introdujo los cuantificadores en lógica.

Entre 1865 y 1891 desarrolló su actividad profesional como científico en la United Coast and Geodetic Survey, institución de la que su padre fue superintendente desde 1867 hasta 1874. Durante ese tiempo, Peirce investigó acerca de las medidas pendulares de la gravedad y de la intensidad de la luz de las estrellas, y realizó aportaciones de interés en diversos ámbitos científicos. Peirce fue el primero en utilizar una longitud de onda de luz como unidad de medida y es el inventor de la proyección quincuncial de la esfera. Ese trabajo de tipo experimental le permitió viajar por Europa y adquirir un importante prestigio internacional como científico. Fue nombrado miembro de la American Academy of Arts and Sciences en 1867, de la National Academy of Sciences en 1877 y de la London Mathematical Society en 1880.

Las impresiones que los viajes y experiencias científicas dejaron en Peirce aparecen en ocasiones en sus escritos. Sin embargo, tampoco en la Coast Survey se vio exento de problemas, a pesar del reconocimiento internacional logrado por su labor experimental, y fue forzado a presentar su dimisión en 1891, después de casi treinta años de vinculación a esa agencia gubernamental.

Su vida personal no fue menos problemática, y esas circunstancias influyeron también en su escasa capacidad de adaptación y en sus problemas de relación con las personas que le rodeaban en el ámbito profesional. Peirce se casó en 1863, a la edad de veinticuatro años, con Harriet Melusina Fay y se separó de ella a su regreso de un viaje por Europa en 1876. En 1883, dos días después de obtener su divorcio, contrajo matrimonio con Juliette, una francesa de origen desconocido y veintisiete años más joven que él.

Tras su despido de la Geodetic Survey, Peirce, que tenía entonces 48 años, se retiró con su segunda esposa a Milford, Pennsylvania, donde vivió junto a ella a lo largo de veintisiete años. Durante ese tiempo, Peirce trabajó y escribió afanosamente, aunque la mayor parte de lo que escribía no llegaba a ser publicado. Durante esos años viajó también en numerosas ocasiones a Nueva York y a Boston, impartió algunas series de conferencias y se vio obligado por la necesidad de dinero a aceptar toda clase de trabajos, recensiones para revistas, artículos, voces para diccionarios de filosofía y otros escritos por encargo que le distraían en ocasiones de los objetivos que se había propuesto. En este periodo destacan las Lowell Lectures de 1892-3, las Cambridge Lectures de 1898 sobre “Reasoning and the Logic of Things”, las Harvard Lectures on Pragmatism de 1903 y sus contribuciones al Dictionary of Philosophy and Psychology de Baldwin (1901-2).

Durante los años de su retiro en Milford, Peirce no tuvo ningún empleo estable y Juliette y él vivían en difíciles condiciones. Su situación económica llegó en ocasiones a ser precaria. Aunque su salud y la de su mujer, de naturaleza enfermiza, se resintieron, Peirce no disminuyó su nivel de vida e hizo gala de una desastrosa gestión económica: no dejó de gastar grandes cantidades de dinero ni de embarcarse en iniciativas de todo tipo que al final siempre fracasaban.

La búsqueda constante de fondos que apoyaran las grandes empresas que tenía en mente, llevó a Peirce a presentar en 1902 una solicitud de ayuda a la Carnegie Institution para escribir 36 memorias que resumieran su posición filosófica y completar así “la obra de su vida”. Aunque la petición fue denegada el texto de esa solicitud y los borradores que se conservan constituyen fuentes de incalculable valor para el conocimiento del sistema filosófico que Peirce tenía en mente.

Charles Peirce no tuvo hijos y falleció en 1914 a causa de un cáncer. Dejó más de 80.000 páginas de manuscritos, en su mayor parte inéditos, que su viuda vendió ese mismo año a la Universidad de Harvard. Josiah Royce, director del departamento de filosofía de Harvard, fue junto a William James uno de los que más contribuyeron a la difusión de una obra que de otro modo quizás hubiera pasado inadvertida. William James sostuvo además una relación de amistad con Peirce que le llevó incluso a ayudarle económicamente en varias ocasiones, siendo uno de sus pocos apoyos durante los difíciles años pasados en Milford.

Fuente:

Barrena, S. y Nubiola, J., Charles Sanders Peirce, en Fernández Labastida, F. – Mercado, J. A. (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL:http://www.philosophica.info/archivo/2007/voces/peirce/Peirce.html

Biografía de Roland Barthes

Su estilo, sus enfoques e intuiciones transformaron radicalmente la mirada de sus lectores. Sus textos –de gestación y digestión lenta– descifraron la complejidad de vivir en sociedades que dicen mucho de sí mismas a través de la multiplicidad de signos que emiten. Su pensamiento nunca dejó de ser luminoso, aun cuando su trabajo lingüístico y el vocabulario al que apelaba –un pastiche de latinismos y neologismos– contribuyeron a veces a ocultarlo un poco. Pero más allá de lo críptico que por momentos pudiera resultar, la originalidad de Roland Barthes residía en su capacidad de incorporar, con absoluta libertad y avidez, los soportes teóricos que frecuentaba –desde Brecht a Sartre; de Saussure, pasando por Bajtín, a Jakobson– sometiéndolos a su propio procedimiento, a su sistema crítico. ¿Cuál es el rastro dejado por Barthes a 25 años de su muerte? A la hora del balance, se podría pensar su obra como la travesía de una escritura. Barthes fue ante todo un escritor que introdujo la literatura en las ciencias humanas, que aportó mucho a la semiología, al análisis de los textos, a la lingüística y a la sociología.

Nació el 12 de noviembre de 1915, no conoció a su padre, un marino caído en combate durante la Primera Guerra Mundial. La angustia de la madre –que trabajaba haciendo encuadernaciones– por pagar el alquiler era el primer acto de un drama que se abatía sobre esa familia burguesa empobrecida. Más allá de las privaciones, Barthes era un alumno ejemplar, pero la tuberculosis interrumpió sus estudios en el liceo Louis-le Grand. Se refugió en la música (el piano), en la escritura y en la lectura de Michelet, el único autor que leyó íntegramente, cuando él se complacía en saltear los textos, en recoger algunas ideas o fragmentos. A partir de esta metodología nació el sistema barthesiano del fichaje, su pasión por la clasificación. Escribía fichas sobre temas posibles y las combinaba de diferentes maneras, hasta que apareciera una estructura, una temática.

Incendiado por Sartre
A fines de la década del 40, cuando Barthes comenzaba a introducirse en la vida intelectual parisiense, las nuevas publicaciones se multiplicaban, Combat, L’Arche, Les temps modernes, Les lettres françaises, y el debate político y filosófico pivoteaba en torno del existencialismo y las tesis de Sartre referentes al compromiso del escritor. Apasionado por esa atmósfera efervescente, Barthes se propuso combinar estos dos enfoques desde la literatura: “comprometer” la escritura y justificar a Sartre desde un punto de vista marxista. “Después de la guerra, la vanguardia era Sartre. El encuentro con Sartre fue muy importante para mí –confesó–. Siempre me sentí no fascinado, la palabra es absurda, sino modificado, entusiasmado, casi incendiado por su escritura de ensayista.”
Mezclando un registro erudito y vulgar, hablando de manera científica sin dejar de ser accesible al gran público, ponía a prueba el experimento de un estilo, el estilo que posteriormente utilizó en las Mitologías. En 1954 asistió a la representación de Madre coraje, que ofreció el Berliner Ensemble en el Festival Internacional de París. Y la afinidad con el teatro de Brecht fue una revelación. Encontró en el dramaturgo alemán a un marxista “que ha reflexionado sobre los efectos del signo”. Pero pronto empezó a vislumbrar otras cuestiones desde la lectura de Saussure. Gestó la célebre fórmula barthesiana según la cual, contrariamente a lo que sostenía Saussure –para quien la lingüística era subsidiaria de la semiología–, la semiología es una parte de la lingüística.
En 1960 Barthes fue nombrado jefe de trabajos de la VI sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios, en ciencias económicas y sociales, y dos años después asumió como director de estudios de Sociología de los signos, de los símbolos y las representaciones. Permaneció dieciocho años desempeñando esas funciones hasta su elección en el Colegio de Francia. La aparición de Sobre Racine (1963), libro que escribió por encargo sobre un autor que no le gustaba en absoluto, agitó el ambiente académico. Eligió como objeto crítico a un escritor canonizado por la literatura francesa, pero además denunció el tono neutro y a-personal con el que la crítica académica revestía sus juicios disciplinados. Raymond Picard, profesor de la Sorbona, frente a este ataque que propiciaba el desmantelamiento del aparato de transmisión y legitimación de la cultura francesa, lo acusó de impostor.

Las estructuras no salen a las calles

El Mayo Francés instaló nuevamente en la vida de Barthes la incomodidad de la diferencia. En ese escenario de barricadas en el barrio Latino, él era sapo de otro pozo. En ese enfrentamiento simbólico entre el orden burgués y los estudiantes, el profesor se sintió rechazado por los estudiantes, a quienes él había sostenido casi instintivamente. No participó de ninguna manifestación pública de apoyo. En ese clima de ebullición, el estructuralismo estaba en el banquillo de los acusados. Una anécdota ilustra el clima de época. En la asamblea general del departamento de filosofía de la Sorbona se había votado una moción: “Es evidente que las estructuras no salen a las calles”. Maliciosamente esta fórmula fue atribuida a Barthes, que ese día estaba ausente. Al día siguiente, en el primer piso de la universidad se había colocado un letrero con esta frase: “Barthes dice: Las estructuras no salen a la calle. Nosotros decimos: Barthes tampoco”.
1970 fue un año clave por la publicación de El imperio de los signos y S/Z. En el primero, escrito por el impacto que le generó un viaje a Japón, incorporó el deseo como dimensión esencial de la escritura; en el segundo, influido por Julia Kristeva, tomó el concepto de intertexualidad. Las críticas hasta entonces procedían de la crítica literaria tradicional. En cambio, en la década del 70, las impugnaciones a Barthes surgieron de su propia familia, de la lingüística estructural –especialmente de los funcionalistas–, de la que él se consideraba miembro desde hacía diez años. Barthes era considerado un intruso: demasiado literario para los lingüistas; demasiado lingüista para los críticos literarios.
Cuando en 1973 publicó El placer del texto (“el pequeño Kamasutra de Roland Barthes”, según el diario Le Monde), el escritor completó su “manifiesto” del deseo, aceptó abiertamente su hedonismo: auscultaba, entonces, los vínculos entre el placer, el goce y el deseo y la ambigüedad de las relaciones entre el texto y el cuerpo. “El acto de escribir puede asumir diferentes máscaras, diferentes valores. Hay momentos en que uno escribe porque piensa participar en un combate; así ocurrió en los comienzos de mi carrera… Y luego poco a poco se discierne la verdad, una verdad más desnuda, si puedo decirlo así, es decir, uno escribe en el fondo porque le gusta hacerlo, porque escribir da placer.”
El ingreso al Colegio de Francia en 1977 representó para Barthes un desquite. Ese mismo año, con la publicación de Fragmentos de un discurso amoroso, suerte de retrato estructural del enamorado que pronto se convirtió en un best seller, Barthes obtuvo una notoriedad inesperada. El “último” Barthes, según Alain Robbe-Grillet, estaba “obsesionado con la idea de que no era más que un impostor, de que había hablado de todo, tanto de marxismo como de lingüística, sin haber sabido nada realmente”. El 25 de febrero de 1980, después de un almuerzo con François Mitterrand, fue atropellado por una camioneta. Tenía 64 años y murió un mes después, el 26 de marzo. Si Barthes fue un impostor es porque detrás de las máscaras que fue adoptando, él era un auténtico escritor, una anguila que se deslizaba, se bifurcaba y retorcía en las aguas de la literatura.

Fuente: Silvina Friera en Avizora:http://www.avizora.com/publicaciones/biografias/textos/textos_b/0025_barthes_roland.htm